viernes, 17 de octubre de 2014

EL CONSUELO DE SPIDERMAN




     El niño tiene el pelo rubio, saltarinas pecas y, en tiempos, ay, la estampa toda, llena de esa alegría que desprenden, al verlos, casi todos los niños del mundo.

     Pero cuanto te mira Manolín, Manolín Cuesta, que así se llama el chisgarabís, es como si te asomaras al más oscuro e insondable pozo de la tristeza infinita.

     -¿Por qué me miras así, Manolín?

   Manolín es un chico silencioso, hay días que si no le preguntas, ni hablaría siquiera. En el patio del colegio busca ese rincón donde nadie se pone y ahí se queda, ausente, hasta que tirita de frío. El otro día se escapó un balonazo del campo de los mayores y casi lo tumba. Lo encontraron mirando al suelo, como siempre; su mano, pequeña, cubriéndose el costado.

     En casa, Manolín como poco y se mueve de forma discreta. Casi siempre encerrado en su habitación, juega y sueña con sus muñecos. Cuando oye los gritos, los temibles ruidos y los soeces insultos, se mete debajo de la mesa, se dobla sobre sus rodillas y, tapándose los oídos, permanece encogido así durante mucho tiempo.

    Sus padres se llevan mal, aunque él, orgulloso, no lo dirá nunca a nadie.

    Querría que se quisieran como antes, pero ya no sabe qué hacer. Hace ya algún tiempo se armó de valor, salió desde debajo de la mesa y corrió hacia el pasillo. Ellos gritaban, se empujaban. En un instante mamá cayó hacia atrás con violencia.

     - ¡Mamá, mamá!
     Todavía resuenan aquellas palabras.
     - ¿Tú qué pintas aquí, a que te doy u a ti también otra hostia?

    Vino entonces un guantazo terrible. Fue como un vendaval que lo lanzó contra el quicio de la puerta del baño y luego contra el lavabo.




     Cuando por la noche las pesadillas le asedian, Manolín Cuesta aguanta como puede y no pide ayuda jamás. La otra noche se le escapó un sollozo entre sueños. Apareció su padre. Manolín, despierto, esperaba tenso entre las sábanas...

     Era un día afortunado. Su papá lo acarició.
     -¡Mi niño...! - y lo tapó. Le pasó la mano por la espalda y vio cómo el niño se relajaba.

     No del todo, ya no era la primera vez. En su mano Manolín seguía apretando, fuerte, contra su pecho, su muñeco de Spiderman. No la abriría fácilmente, aunque aquel Tarzán no se daba ni cuenta.

     -¿Por qué me miras así, Manolín?


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