“Puede considerarse bienaventurado, y no pedir
mayor felicidad, el hombre que ha encontrado el trabajo que ama”
Thomas
Carlyle”
SER UN BUEN PROFESIONAL
Hay profesiones donde, desde el punto de vista
del servicio al cliente, cualquier tiempo pasado fue mejor. Se me ocurren así,
a vuela pluma: maestro, gasolinero, médico, recepcionista telefónico y, desde
luego, librero.
El librero,
antaño, no solamente se leía sus libros, los reconocía hasta por el olor. Se
tomaba un café con los escritores y pulsaba su próxima obra, la calidad de su
aliento. Conocía los gustos, y hasta los matices, de la afición de sus
lectores, a los que atendía con el cariño, y la perspicacia, del antiguo
boticario, disfrutando de la alquimia de sus infusiones y preparados.
Hoy el médico es, muchas veces, un mero tramitador de volantes a
los especialistas, que no mira ni al enfermo mientras teclea en el ordenador. Y
qué decir del maestro, permitiendo que sus alumnos se maten en los pasillos,
sin involucrarse, porque él solo enseña matemáticas. El gasolinero ya solo es
un busto parlante, una foto fija, en la ventanilla : “¿la dos, diesel?
Cincuenta euros”. Y qué decir del operador telefónico, una lengua llena de
cables, que no te entiende, ni te atiende jamás, mientras te preguntas por qué
tu consulta nunca está en el menú de elecciones a marcar.
Algo parecido pasa hoy al librero, una especie
de pasmarote junto a los anaqueles, donde duermen, aburridas, obras maestras,
junto a los detergentes, a los jamones, y a los rollos de papel. Y los libros,
ya sin alma, son una mera referencia en el ordenador.
Pero en este mar uniforme de utilitarismo
mercantil, de mediocridad creativa, de planicie imaginativa, todavía quedan
excepciones. Olas que se levantan orgullosas y altivas en mitad del océano,
empujadas por ese viento interior que no se doblega jamás. Por ese remolino que
nace en las raíces profundas y antiguas del buen servicio al cliente. En el
trato, en la orientación y guía por el vasto mundo editorial de hoy. En
ejercer, en definitiva, con letras de molde, el oficio de librero que es,
ni más ni menos, la profesión de especialista en libros. Y no, de
operario de almacén, que limpia el polvo a los stocks a su cargo, por los que
no tiene más interés que el clin-clin de la caja.
Por esto, y por
muchas cosas más, a Luis Domínguez se le conoce como el librero amigo. Ya
quedan pocos como él.
A mí, a quien siempre le unirá el
hecho íntimo e importante de haber aprendido a leer juntos, cuando fui a verlo
con mi primer libro bajo el brazo, todavía en borrador, me miró arqueando una
de sus grandes cejas, tasándome, sopesando los gramos de escritor que había en
mí. Y yo supe, entonces, que no me perdería del todo en el proceloso mundo de
las apariencias, de los oropeles y de las falsas purpurinas en que se está
convirtiendo, dentro y fuera de las librerías, el oficio de escribir.
LIBRERÍA DE REFERENCIA: La prestigiosa librería Macial de Pons de Madrid, Plaza del Conde Valle Suchil, 8. Madrid 28015 . Tfno 91 448 47 97, es MI LIBRERÍA DE REFERENCIA EN MADRID, donde se garantiza que, en todo momento, el lector podrá encontrar con seguridad cualquier libro mío a su total disposición. ¿Y saben ustedes quién la dirige? Precisamente, LUIS DOMÍNGUEZ, su librero amigo, para mi catálogo y para cualquier otra obra más.